Una noticia que leí ayer, me impactó profundamente; una mujer en Inglaterra ha gastado miles de dólares con el propósito de convertirse en un gato (gata) se ha desfigurado totalmente su rostro para lograrlo, y seguirá con la modificación de todo su cuerpo.
En Japón, un hombre ha invertido miles de dólares también para transformarse en un perro de raza Rough Collie (pastor escocés).
En Estados Unidos un hombre ha invertido una fortuna en su proceso de convertirse en un Kent y otra mujer en ese mismo país, lleva invertidos
$ 300.000 dólares, en cirugías, para convertirse en una Barbie.
Miles de hombres en el mundo, al igual que miles de mujeres, invierten millones en un propósito, cambiar de sexo.
Todo esto es escalofriante, pero, lo que más me impacto, fue que, en todos los casos, ante la pregunta de por qué hacían esto, por qué invertían todos sus ingresos en esos propósitos, la repuesta fue la misma: “quiero ser libre, quiero sentirme libre”.
Triste realidad de este mundo supuestamente “progresista”; la idea errónea de miles de personas, que consideran que “cambiar” su identidad, lo que son, lo que recibieron al nacer, hacia lo que ellos sienten, o cómo se perciben, es equivocado, profundamente equivocado; cada día son más y más empujados hacia una nueva forma de esclavitud, la esclavitud de los sentimientos, de las emociones, del cómo me siento, de cómo me percibo, por encima de lo que soy.
¿Qué garantiza que mañana ya no estés a gusto con tu “nueva” forma, y ya no puedas revertir esa condición?
Hay una verdad bíblica que aplica maravillosamente a este tiempo y a esta situación. Juan 8: 31-38. Jesús habla con los judíos, y centra toda su atención en tres verdades fundamentales:
Primera verdad. Sólo existe una posibilidad, se es libre o se es esclavo. Una persona que hace del pecado su práctica constante, es esclava del pecado. Pero, también se es esclavo de la moda, de las corrientes del mundo, del desenfreno, de los sentimientos, de las percepciones, de la moda, del qué dirán; pero, fundamentalmente, del pecado y de las falsas promesas del diablo.
Segunda verdad. La auténtica libertad viene de Cristo, del conocimiento y la aceptación de la obra de Cristo en la cruz del calvario. “Si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”. Sólo una relación íntima con Dios, a través de su hijo Jesucristo, puede concedernos la libertad plena.
Tercera verdad. La Biblia, esa que hoy conmemoramos y celebramos, es la verdad que nos lleva a Cristo y a la libertad. Si una persona quiere sentirse libre, ser libre, plenamente libre, debe conocer y amar la Palabra de Dios, que nos muestra a Jesucristo que trae libertad a los cautivos y a los que no tienen esperanza.
Cierro con la letra parcial de un hermoso cántico que conocí en mi niñez; “La Biblia es la Palabra de Dios, que debes leer, para comprender, las maravillas de Dios”… y ser libre.
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