Uno de los grandes desafíos que se les plantea a los maestros en el día de hoy, es cómo lograr pasar del aspecto meramente de transmisión de historias bíblicas, a una auténtica formación espiritual que, partiendo de esos relatos, historias y principios, logre impactar profundamente la vida de cada uno de nuestros alumnos.
En anteriores artículos he mencionado que la enseñanza bíblica, a todo nivel, ya sea con niños, adolescentes, jóvenes o adultos, implica la conjugación de tres áreas de impacto:
Primera área: El área cognitiva.
Es aquella que se activa cuando transmitimos a otros contenidos teóricos, ya sean estos de tipo declarativo factual o conceptual. Por ejemplo, esto tiene que ver con la enseñanza y el aprendizaje de datos, definiciones, fechas, conceptos, listas, teorías, principios etc.
Un ejemplo en el campo de la formación cristiana de niños es este. Enseñar a los niños cuáles fueron los primeros tres reyes del pueblo de Israel, y ellos aprenden que fueron: Saúl, David y Salomón. Este tipo de aprendizaje es de tipo teórico y está relacionado y afecta el área cognitiva del niño, ellos lo pueden memorizar.
Es un conocimiento importante, es necesario, pero insuficiente si la meta es la preparación espiritual de ese niño y que esté listo para afrontar los grandes desafíos que el mundo le va a plantear.
Un ejemplo de esta área, en la enseñanza de jóvenes o adultos, sería si les enseñamos a definir qué es la santificación, o qué es el bautismo, o qué es el pecado. Ellos probablemente aprenderán estas definiciones y quizá puedan repetirlas con exactitud.
La pregunta sería esta: ¿Qué área de su vida hemos afectado? Muy seguramente la cognitiva, su mente, ya que han aprendido conceptos; que son necesarios, son importantes, pero no necesariamente transformadores.
Segunda área: El área emotiva o afectiva.
Es aquella que está en relación directa con nuestras respuestas emocionales o afectivas, y tienen que ver con la manera en que lo que aprendemos, produce una respuesta emocional. Es decir, es posible que lo aprendido en clase, me genere sentimientos de profunda tristeza, o alegría, ánimo exaltado, impulso emocional a servir, sentimientos de vergüenza, rechazo, dolor y lágrimas o gozo y emoción profundo.
Una enseñanza bíblica bien elaborada y correctamente impartida, puede traer todos estos tipos diferentes de respuestas emocionales; esto es muy bueno y refleja un nivel de involucramiento con lo aprendido, pero, definitivamente, si una enseñanza sólo mueve las emociones, que son, generalmente temporales y subjetivas, no hemos construido una enseñanza eficaz y efectiva aún.
En ocasiones podemos equivocarnos, como maestros y predicadores, al considerar que, si hay respuestas visibles, físicas, emocionales, llanto, gozo etc, hemos logrado el punto más alto de la enseñanza, o quizá si consideramos que nuestros alumnos pueden repetir, con bastante exactitud el relato o la definición o historia, pero, esto, no es un signo evidente de un aprendizaje significativo.
Tercera área: El área volitiva.
Es aquella que está directamente relacionada con la voluntad, con la toma de decisiones, con cambios comportamentales, con desarrollo y crecimiento espiritual.
Se da cuando el alumno, luego de un proceso de aprendizaje cognitivo, de contenidos teóricos, de definiciones, de relatos o historias bíblicas, y después de tener una respuesta emocional frente a esos contenidos, se hace esta pregunta: ¿qué debo hacer? ¿Qué espera Dios que yo haga con esto que aprendí? ¿Qué áreas de mi vida debo revisar? ¿Qué cambios debo hacer? ¿Qué actitudes nuevas deben aparecer en mi vida?
¿Qué prácticas, costumbres, hábitos, debo modificar, cambiar o desechar?
Cuando los maestros, bien preparados, transmiten una clase, cuentan una historia bíblica, describen la vida de un personajes bíblico, desglosan una parábola, explican definiciones, conceptos, teorías etc, con lujo de detalles, habrán avanzado en el proceso de enseñanza-aprendizaje, pero no necesariamente han llegado a la meta suprema de poder llevar a ese alumno, ya sea este un niño, un adolescente, un joven, un adulto o un anciano, a un aprendizaje significativo que los desafíe a hacer cambios profundos en su vida cristiana.
Quizá hemos demostrado talento como contadores de historias, quizá mostramos tener grandes habilidades para definir, resumir, plantear, relatar etc, pero, en tanto no haya en los alumnos o discípulos, ese deseo ferviente de hacer la voluntad de Dios, de aplicar lo aprendido a la vida diaria y de ajustar su propia vida a los parámetros de la Palabra de Dios, hemos logrado un porcentaje de éxito, pero, estamos fallando en la parte más importante, la aplicación.
El momento de la aplicación de lo aprendido, es aquel momento en el cual el relato o la historia bíblica, o el pasaje en estudio, se encuentran con la vivencia, la vida diaria del oyente y éste es confrontado, no sólo porque la riqueza del relato es maravillosa, sino, principalmente, porque tiene que ver conmigo, con mi vida diaria, me confronta, me hace pensar, me incomoda o me afirma en mi fe, de tal manera que no puede pasar desapercibido, hay algo que debo hacer, el tiempo es ahora.
Es hora de pasar de tener en la iglesia personas con amplio conocimiento bíblico, que saben lo que la Biblia dice, pero no necesariamente sujetan su vida a su autoridad de las Sagradas Escrituras, muchos no saben como.
Debemos mejorar sustancialmente la aplicabilidad de los aprendizajes, sin dejar de fortalecer la riqueza en la transmisión de contenidos que producen respuestas emocionales o afectivas genuinas, hagamos esto, sin dejar de hacer lo otro.
Les invito a participar del Segundo Congreso de Educación Cristiana, en Cali, Colombia. Sábado 2 de diciembre.
Informes: Tel. 3005215708