Por: William Castaño Barón
Hoy, en el mundo, hay dos panoramas diametralmente opuestos, de un lado, la inmensa necesidad espiritual de las personas, la gran mayoría de ellas, alejados de Dios, por lo tanto, la mies es mucha. Por otro lado, la escasez de obreros es evidente y creciente, resultado de la pérdida de miles de siervos y siervas del Señor, a causa del virus mortal, otros, llamados por Dios a su presencia en avanzada edad, algunos más, aquejados de otras dolencias.
Sin contar los miles que, ante la situación de pandemia, crisis económica o familiar, han decidido abandonar el ministerio, los obreros son cada vez más pocos.
En el evangelio de Mateo capítulo 9, entre los versículos 35-38, se nos presenta un panorama similar, es en la época de Jesús, durante su ministerio. Veamos algunas enseñanzas desafiantes para nuestros días.
Es muy interesante que, en el contexto del pasaje, en el capítulo 9, se nos relata varios milagros: Jesús sana un paralítico, obra milagrosamente en la vida de la hija de Jairo, sana a la mujer del flujo de sangre, dos hombres ciegos reciben la vista y un hombre endemoniado y mudo, es liberado y recobra el habla.
Todo esto despierta en la región un interés muy grande en Jesús y en lo que Él hacía. Esto lo resume el escritor Mateo en 9: 35-36, cuando dice que eran multitudes las que seguían a Jesús y, al verlas en su condición, desamparadas y dispersas, tuvo compasión de ellas, porque eran como ovejas sin un pastor que las guiara. La palabra clave en este versículo es lo que Jesús sentía por ellos, compasión, amor por el otro, la clave del servicio a Dios.
Jesús hacía una maravillosa tarea, “recorría las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”, ¿cuál era entonces el problema? Que la mies, las multitudes necesitadas, crecía cada día, pero el número de los obreros no crecía en la misma proporción, no crecía a la misma velocidad.
Es ahora entonces que Jesús se dirige a sus discípulos, les habla directamente, quiere que ellos sean conscientes de algo, de la necesidad del mundo, la necesidad de las personas alejadas de Dios, esta multitud de necesitados, angustiados, enfermos y muertos espiritualmente, era mayor que el número de personas que podían atenderles, ayudarles, guiarles. La expresión es clara: “la mies es mucha, los obreros son pocos”, qué contraste, que desafío tan grande. Lo más impresionante de todo es que hoy, la situación se ha agravado, es más aguda, más intensa, la mies crece, el número de obreros disminuye.
Jesús les dice, con una súplica, nacida en lo más profundo de su corazón, “Rogad al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. El trabajo, la necesidad, superaba por mucho la capacidad y número de los obreros. Pero es claro, la mies es del Señor, los obreros son enviados por ese mismo Señor, ellos deben de responder de manera inmediata, eficaz y eficiente, a ese llamado.
Quiero que usted piense en este momento en su entorno, su país, su ciudad, su barrio, su lugar de trabajo, su lugar de estudio, su familia, el vecindario. Ahora piense, cuántas de estas personas, si fallecieran hoy, estarían listas para pasar la eternidad con Cristo. Cuántos hogares que le rodean se están destruyendo, cuántos jóvenes de su entorno están sumidos en las drogas, en el juego, en el desenfreno etc. ¿Será que los obreros actuales son suficientes para cumplir la totalidad de la tarea?, ¿alcanzarán para cubrir todas esas necesidades?, ¿podrán ir hasta el final sin fatigarse?
No basta con “rogar al Señor de la mies” que envíe obreros a su mies, es fundamental entender que, si usted es un cristiano, nacido de nuevo, ya usted ha sido llamado para responder a esta necesidad del mundo; usted forma parte de esos obreros que Dios está enviando a la mies, quizá no sabe aún en qué, cómo o con qué va a desarrollar ese ministerio precioso que Dios ha dado a cada creyente. Pero de una cosa estoy seguro, que, Si Dios lo llamó, Él lo respaldará, lo capacitará y lo guiará a cumplir su misión, que es la misión de Dios, que es la misión de Cristo.
La oración más frecuente de muchos creyentes hoy es “Señor, envía obreros a tu mies”, pero, la oración más frecuente, apasionada y sincera debe ser “Heme aquí, envíame a mí”, a no ser que tengas razones muy poderosas para no hacerlo, pero mientras tu corazón respire, esa debe ser tu oración.
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